Estudio histórico
Las cartas-puebla hacen alusión a un fenómeno de alcance europeo, cual es el del renacimiento urbano bajomedieval. La creación de un espacio a escala humana, la reactivación del comercio y, en general, de una economía más abierta, así como las transformaciones sociales y culturales que todo ello conllevó son una parte esencial de la historia occidental y la piedra angular sobre la que se construirán el renacimiento y el humanismo.
En Bizkaia, y en el País Vasco en general, el fenómeno se caracteriza por su tardía aparición, pero también por su intensidad y por su influencia en los siglos posteriores. En el caso de Bizkaia, 21 villas recibieron su carta-puebla entre 1199 (Balmaseda) y 1376 (Rigoitia). La red de municipios es todavía hoy muy visible en cada uno de los territorios vascos y fue determinante en la manera de entender y articular cada uno de los llamados “territorios históricos”.
La carta-puebla representa un momento fundacional, no tanto porque nos encontremos ante núcleos recién nacidos –muchas cartas-puebla se otorgan a poblaciones ya existentes- sino porque marcan el inicio de una nueva relación política. En ella, los dos protagonistas de dicha relación fijan sus posiciones en un juego de contraprestaciones mutuas, en unos momentos en los que, todavía, la escala de dependencias señoriales estaba en proceso de consolidación.
Las poblaciones quedan reconocidas como cabezas de un territorio municipal, como auténticos señoríos colectivos, pero también asumen que dicha posición es un privilegio, pues les es otorgada por el donante de la carta-puebla, por el Señor. Éste ve así ratificada su posición de superioridad en la escala señorial y asegurada la fidelidad de sus vasallos. Por otro lado, los pobladores “legalizan”, consolidan –y desde ahora con la protección del Señor-, su tradicional autonomía, su capacidad de autoadministración, sus usos y costumbres.
En suma, los nuevos pobladores reciben privilegios, ratifican usos y costumbres, y se constituyen, a la vez, en vasallos colectivos y señores corporativos. Ese conjunto de privilegios, usos y costumbres se tornan ahora libertades, dando así contenido al conocido dicho medieval según el cual “el aire de la ciudad proporciona libertad”.
Todo ese juego de contraprestaciones no es en absoluto ajeno al desarrollo de una cultura política pactista, que con el tiempo se constituirá como una de las señas de identidad del territorio. A la configuración y desarrollo de éste, las villas aportarán además una idea de universitas, de totalidad, de comunidad que, cristianizada, derivará en hermandad, y en la afirmación de la amistad, el amor y la caridad cristianas como modelos de comportamiento para evitar el fraccionamiento de la comunidad en parcialidades, bandos y otras divisiones semejantes. No en último lugar, el empuje de las nuevas actividades económicas promocionadas desde las villas– en torno, principalmente, al hierro y al comercio-, modelará de manera determinante las características de la sociedad vizcaína moderna.
José Ángel Achón